Vicente Parra Roldán
A lo largo de sus ya 180 años de historia, la plaza de toros valverdeña ha vivido muchos momentos de gloria, algunos de los que han quedado grabados en una serie de placas conmemorativas que se han ubicado en los accesos a la zona de tendidos para que los espectadores puedan recordar esos acontecimientos acaecidos en tan histórico lugar. Sin embargo, hay otro hecho que, desgraciadamente, pasa desapercibido y no es recordado como se merece. Se trata del trágico acontecimiento que se vivió en el coso valverdeño en la mañana del 22 de septiembre de 1.963 – va a hacer ahora 45 años – cuando se celebraba el desencajonamiento de los novillos de Francisco Rincón Cañizares que aquella tarde lidiarían Pablo Gómez Terrón y José Luís Caetano.
Unos hechos que, en su día, el periodista onubense Antonio Octavio Sánchez, redactor-jefe del desaparecido diario ODIEL, vivió en compañía del colaborador de dicho periódico, el valverdeño José Calero Calero, y que supo transmitir a los lectores en una amplia información, que, años después y cuando José Sánchez Borrero y José Antonio Romero Domínguez escribieron esa monumental y magnífica obra que es “Los toros en Valverde del Camino – por cierto, ¿para cuándo una nueva edición y su correspondiente actualización – recogieron en su totalidad.
Octavio, bajo el seudónimo de “Uno al quiebro” que utilizaba para sus informaciones taurinas, contaba así los acontecimientos: “Se acababa de soltar el primer novillo de Francisco Rincón Cañizares. Era negro zaino, tenía en sus costillares el número 58 y atendía por el nombre de “Carmencillo”. Fue muy laborioso y costó bastante trabajo hacerlo pasar a los chiqueros, en cuya puerta de entrada, con un trapo rojo atado a un largo palo se encontraba Luís Ibáñez Montin, nieto del mozo de toriles muerto. Aquel muchacho se arriesgó, cruzándose en el portalón, para mejor llamar la atención del novillo y, entonces, pasó al callejón de chiqueros.
En aquel espacio, sin esperar ni pensar en la acometida rápida y furiosa de la res, estaba el anciano José Montin Díaz, conocido por “El Caballito”, con setenta años vividos que, impresionantemente, quedaron segados en aquel trágico momento. No tuvo tiempo para eludir la embestida ni buscar resguardo. El gran portalón había quedado cerrado. Y nadie imaginó la tragedia hasta que se apreciaron carreras y gritos allá lejos. La conmoción en los tendidos fue grande; se pensó que había sido enganchado, al cabo de su valerosa salida, Luís Ibáñez Montin, el nieto. En todo esto el delegado de la autoridad, Inspector de policía de nuestra plantilla, José López López intervino con presteza en unión de Manolo Aguirre y otros voluntarios; se abrió el portalón y volvió el novillo al ruedo. Observamos sus astas. No tenían sangre. Esto trajo un momento de alivio hasta que, bastante después, Luís Ibáñez cruzaba por los tendidos hacia la calle. Iba todo manchado de sangre pero caminaba seguro sin dar sensación de estar herido. No le había pasado nada. Pero en los tendidos se oía machaconamente: El novillo ha matado a su abuelo, a Caballito.
El rumor doloroso se iba acrecentando, se acentuaba por momentos y rogamos al querido Pepe Calero que se acercara a la clínica. Nuestro ánimo no estaba para otra cosa. Y seguimos en la plaza hasta próximas las dos de la tarde. El número 58 se había emplazado en el centro del redondel y no hubo fuerza humana de hacerlo llegar hasta los chiqueros. Es más, se había pensado en hacer el sorteo, dejarlo allí y lidiarlo forzosamente sin paseíllo. Pero, por fortuna, la operación terminó después de las tres. Le había tocado a Caetano.
Antes, después de haber sido arrollado y herido Caballito al que infirió cuatro horrorosas cornadas, el novillo, al lanzarlo en el último derrote detrás de un barril que existía en aquel lugar, recipiente al que estuvo pateando en su furia homicida, tomó escalerilla arriba hacia la meseta de toriles en la que provocó la desbandada; momento que fue aprovechado siempre con la activa intervención de José López López para recoger al infortunado mozo de toriles y llevarlo a la clínica donde el Dr. Castilla Bermejo lo atendió con presteza.
La gente, a dos pasos de la plaza, se arremolinó a la puerta de la clínica, se arracimó en los balcones y portales cortando el tránsito, en tanto que angustiosamente se oían estos comentarios de los que entraban y salían: ¡Está materialmente destrozado! No hay posibilidad de operarlo, está agonizando. Pero en esto llega una furgoneta en la que lo iban a trasladar al Hospital Provincial de Huelva. Luego, por lo visto, se cambió de criterio ante la extrema gravedad del herido y fue trasladado en una camilla a los altos de la clínica en la que se le aplicaron plasmas y otros apremiantes remedios sin que los desvelos de la ciencia se vieran coronados del éxito, puesto que José Montin Díaz dejaba de existir a la una y veinte de la tarde.”
Y finalizaba su amplia información dando cuenta del parte facultativo emitido por el Dr. José Castilla Bermejo que decía así: “Cuando se realizaban en esta plaza de Valverde del Camino las operaciones del encierro de los novillos que habían de celebrarse en la novillada de la tarde, sobre las doce y media de la mañana ingresó en la enfermería José Montin Díaz que resultó gravemente herido, apreciándosele herida contusa de asta de toro en región lumbar izquierda con dos trayectorias: una ascendente que rompe diafragma, penetrando en cavidad torácica, destrozando pleura y pulmón del mismo lado izquierdo, fracturando varias costillas con el consiguiente neumotórax, y trayectoria hacia adelante penetrando en cavidad abdominal con salida del lóbulo izquierdo del hígado contusionado y roto, así como del riñón, estómago, colon y epiplón. Otra herida en región inginoabdominal izquierda penetrante y con salida al exterior de varias asas intestinales del delgado. Herida contusa en la región glútea derecha que interesa piel, tejido celular y destrozos musculares con gran hemorragia e intensísimo shock traumático. Pronóstico gravísimo".
Cuando se conoció el fatal desenlace de Caballito, todo Valverde, por cuanto la noticia corrió como la pólvora, se sumió en el dolor y los comentarios se sucedían. Y, aunque no había ganas de toros, la novillada se celebró con una asistencia de espectadores menor de la esperada, y en la misma Terrón y Caetano lograron cortar dos orejas y un rabo. Precisamente, los trofeos obtenidos por el novillero sevillano fue tras estoquear a “Carmino”, el toro asesino.
Ahora, cuando está a punto de cumplirse el XLV aniversario de este trágico acontecimiento, podría ser el oportuno momento de recordarlo y perpetuar la memoria de José Montin Díaz “Caballito” con la colocación de una lápida en la zona de toriles de la mencionada plaza que sirva de homenaje a su memoria y de reconocimiento a cuantos allí prestan sus servicios los días de festejos en tan histórica plaza. Caballito también merece perpetuarse en tan este coso por haber entregado su vida por la Fiesta. Ahí está la iniciativa con la esperanza de contar con el apoyo de la afición taurina valverdeña, y de manera especial sus entidades taurinas, para ofrecer este recuerdo a este hombre que, pese a los años transcurridos, sigue en el recuerdo de muchos valverdeños.
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